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Acepta el cargo de cronista de Valladolid. No tiene inconveniente en fijar su residencia en la ciudad, siempre que ello no implique la prohibición de ausentarse de ella, puesto que la impresión de sus obras y su posición literaria le obligan a viajar a Madrid, Barcelona o París. Además tiene pendiente el pago de su casa, lo que le imposibilitaría trasladarse a lo largo de ese año. Está obligado, a pesar de su sencillez y falta de vanidad, a vivir con el decoro que su posición exige. Cobra una asignación por los Lugares Píos de Roma y tiene la excelencia de la Gran Cruz de Carlos III, la cual ignora si será engorrosa en los actos oficiales en que actúe como cronista. No pide nada del municipio, aceptando la protección que se le dé, siempre que se le permita ausentarse de la ciudad libremente. Acepta el título con obligación de escribir la crónica legendaria en verso de Valladolid. Acepta el sueldo que se le asigne, que sabe no puede ser muy elevado, y no lo cobrará mas que el tiempo que resida en la ciudad. Solicita del ayuntamiento o diputación, mientras traslada su casa, un alojamiento en algún edificio municipal donde enviaría unos cajones de libros con una mesa y una cama. Advierte de que ya en 1866 se había planteado su nombramiento como cronista y el gobierno se opuso al pago de una retribución, “algo de esto debe constar en el archivo”.